Antonio Gramsci reflexionó en uno de los pasajes de Cuadernos de la Cárcel respecto a que no se puede destruir sin crear; es decir, que en la historia han existido grupos o grupúsculos que se asumen como portadores de novedades históricas, que con ellos ha comenzado la historia o que buscan asumir un papel de vanguardia en medio de todo proceso social, así como erguirse en destructores de lo existente para (eventualmente) construir algo “nuevo” o diferente; sin embargo, agrega el pensador sardo, no necesariamente destruye el que quiere construir; en otras palabras, resulta muy fácil y hasta cómodo destruir o dañar cosas materiales, no obstante aquello, no se trata precisamente de destruir o atacar casas materiales o tangibles, más bien se trata de combatir aquellas relaciones invisibles, impalpables, que se esconden en las cosas materiales.
Lamentablemente, muchos “sedicientes destructores”, señala Gramsci, no son otra cosa que simples “procuradores de abortos fallidos” que lo único que los mueve es el afán de destrucción y causar algún daño en el más absoluto anonimato e impunidad, con lo cual, aquellas acciones dejan de ser motivo de construcción de algo, convirtiéndose en simples acciones de voluntarismo y sobre todo vandálicas y delictuales, que curiosamente buscan cubrirse con un ropaje de reivindicación o de alguna demanda puntual.
A partir de lo anterior, cabe preguntarse por ejemplo ¿qué se puede construir atrincherados durante algunas semanas y meses en una toma u ocupación de edificio?, peor aún, convirtiendo dicho espacio en un ícono antidemocrático, donde lo que impera es la violencia, grosería, insulto, menosprecio y la falta de respeto hacia todo aquel que disiente de dichas acciones.
La situación y prácticas de estos destructores y que no construyen ha llegado incluso al límite de amenazar o agredir a compañeros, profesores o funcionarios, siendo lo más extraño de todo esto el discurso de victimización en el cual caen, acusando a la autoridad de represión o no respetar su democracia.
Lo peor de todo es que estos destructores no escatiman en frases rebuscadas, tildando a otros de fascistas, represores o que criminalizan sus acciones, todo lo anterior bajo el prisma de asumirse como poseedores de una verdad que es propugnada como discurso mesiánico de autoafirmación sobre sus acciones. Un buen ejemplo de lo que señalamos lo hemos visto en el último tiempo en la Universidad, la ocupación y apropiación violenta de ciertos espacios (Facultades y Departamentos) por parte de grupúsculos que transgreden las normas básicas de toda convivencia democrática, universitaria y de respeto al quehacer académico.
En consecuencia, allí están esos destructores que no crean nada, más bien se han dedicado a la conculcación de la convivencia, el insulto al diálogo, la violencia a la esencia misma de la Universidad y sobre todas las cosas, la destrucción sin construir nada que no sea la imposición por la fuerza y la prepotencia de una forma de hacer las cosas, como es parapetarse en un espacio universitario desde donde se insulta y denosta de manera gratuita e impune.